Parece que fue ayer, sí, mi tiempo como seminarista, tuvo la
misma constante de mis formadores (sacerdotes) cuando nos reuníamos para
platicar, el reproche, algo estaba yo haciendo mal, algo no estaba interpretando
correctamente. Lo curioso que ya en la última etapa, cansado y triste, quizá
cuando ya nada tenía que perder, es cuando decidí enfrentar las oposiciones con
mayor fuerza, no encontré nada, tan solo tristes y tontos prejuicios de ellos.
Cuando estás en el seminario, tu voz no tiene mucha fuerza, pero la de los
formadores sí, así que puedes estar viendo anomalías en tus compañeros, pero si
es apoyado por alguno de los sacerdotes, en vano te esfuerzas por denunciar un
acto inmoral.
La mayor parte de mis formadores y compañeros del seminario,
eran homosexuales, pero es algo que no se podía hablar, mucho menos hacerlo
público. Yo tuve la valentía de reconocer como Dios me había mandado a este
mundo, sin poder hacer nada al respecto, pero ellos no. Ahora los miro, en la
boca de sus propios feligreses, murmurando lo que no se atreven a decirles de
frente, inclinaciones obvias, pero disfrazadas en un hábito, peor aún, en una
doble moral, acostumbrados a vivir de su investidura.
Cuando ya no pude continuar en el seminario, ya que cierta
información privada (abusos de la infancia que manejaba con ayuda profesional)
estaba en los oídos de todos los sacerdotes, cuando se suponía que era
confidencial, una bestia nació en mí, tan solo quería destruir lo que hasta en
ese momento significaba mi mundo.
Con las palabras más duras fui maltratado y humillado,
acusaciones que contradecían al ingenuo chico que tenían en sus manos desde los
16 años, al mismo que habían dicho querer, pero ahora era juzgado de actos que
ellos asociaban, pero que nada tenían que ver con mi persona, ya que ni 10 años
fue suficiente para conocerme realmente.
No perdí mi fe en Dios, porque nunca dependió de ellos, eso
es algo que fue claro en mí, pero sí perdí la confianza en la institución, la
cual considero bastante contradictoria y ausente de coherencia. Mis amigos, al
menos los que consideré por muchos años, casi todos se han ido de mi vida, ya
son sacerdotes, quizá represento algo inapropiado para ellos.
Los paseos, convivencias y bromas, es algo que llenó mi vida
en aquellos tiempos, mi primera e ingenua juventud que confió en ellos. En la
actualidad, con frecuencia se viene a mi mente muchos momentos agradables con
mis amigos, pero ya casi nadie está, como si hubiera sido un espejismo, una
historia creada por mí.
Las historias no son para formar partidos y mucho menos
resentimientos, creo que son para aprender a vivir con mayor intensidad siendo
uno mismo, algo que nunca debe de ser sacrificado por nada ni nadie.
Mi querido amigo, a veces es mejor caminar sin mirar atrás,
quizá hacerlo solamente para recordar
que no debes de parar, que los más bellos momentos y los buenos amigos están por venir.
Gracias por seguirme, por leerme.
Juan M. Castro
No hay comentarios.:
Publicar un comentario