Muchos la definían en privado como, “la desdichada”, palabra
que ya había llegado a sus oídos con gran impacto, produciendo una gran
división interior. Sabía que esa fractura emocional no era nueva, tan solo la
había evadido en el tiempo, pero ellos en su imprudente e incisiva forma, no se
detenían, quizá con cierto agrado de verla destruida, quizá no querían verse
más en ella.
Lo que algunos llaman suerte, para ella fue determinación,
más allá del dolor y del sin rumbo de su vida. Mucho por hacer, pero algunas sanas
costumbres tuvo que abandonar, sabía que no tenía la claridad para entenderlas y
desarrollarlas, ya que no lo estaba haciendo bien, como era normal la práctica en su época, aunque
se convirtiera contra la propia persona.
Se enfocó en sanar las cicatrices de un doble pensamiento,
uno que se siente y otro que se proyecta, una pequeña dosis letal en el tiempo
para la vida. Quería que la acción y lo novedoso estuvieran unidos en su proceso,
haciendo de cada instante algo sorprendente.
Mucho se puede decir, pero en los años se encontró a sí
misma, dejó de sentirse desdichada, para ser ella. Enfrentarse a sus más
terribles miedos, de la forma menos deseada, se hizo una realidad con dos
potenciales opciones, los cuales, en su instinto de sobrevivencia, siguiendo como
única luz los platónicos anhelos, sí, fue llamada “ingenua”, pero lo hizo una
realidad, tomando la mejor actitud frente a la vida, una armonía que le
retribuyó como consecuencia el sentido.
Ella, con gran fuerza se acercaba, la antorcha de lo que fue
su vida brillaba en medio de la oscuridad, mientras era atraída hacia esa
magnética y perfecta luz, nada que temer, sus días habían quedado atrás, ahora
ellos la recuerdan con admiración.
Mis pensamientos están con ella, quizá conmigo mismo,
¿seremos la misma persona?
Te quiero mi querido amigo y lector, gracias por seguirme,
gracias.
Juan M. Castro
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