En el profundo silencio de la madrugada, ella lo llamaba,
pareciese que siempre fue el único, «Me siento sola, quédate conmigo», le decía
a su hijo. En su tiempo buscó lo mejor para su familia, los más grandes
sacrificios fueron hechos, todo por ellos, no importando que las bellas
palabras y acciones estuvieran por encima de la realidad.
El suplicio comenzó un 13 de noviembre, allí estaba él,
parado frente a la puerta principal de la Iglesia, todos le decían que era el
mejor partido, el hombre que más le convenía, con las mismas convicciones
religiosas. Ella, sin haber sido guiada en la infancia, tan solo había aprendido
de la deducción, hizo a un lado la voz de su corazón, de sus anhelos y se
entregó a él.
En la triste inmediatez, lo que parecía ser una verdad, tan
solo era una imagen, el sufrimiento y la confusión se apoderaron de nuevo, para
su interior ya era demasiado tarde, el primer hijo ya había nacido, y vinieron
los siguientes, creyendo que tenía ya muy pocas opciones, paralizó la búsqueda
de su libertad.
Espejismos y falsos fundamentos fueron el sostén de su vida por
años, intentaba convencer a los demás, pero nunca se convenció a sí misma,
claro, algunos tampoco lo creyeron, pero no dijeron nada.
Como la piedra cambia de forma en el tiempo, así fue transformándose,
cada vez más ajena a sí misma, donde los conceptos aprendidos anulaban lo poco
de ella que aún sobrevivía, un confuso sentimiento que hacía más oscuro y
pesado cada día.
Las circunstancias del futuro lo cambiaron todo, era difícil
mantener en pie semejante edificación, mucho obedecía más a necesidades, acciones
que con facilidad ellos interpretaron erróneamente y contra ella, abandonándola,
cuando más los necesitaba.
Mucho tiempo después, adormecida por tantos medicamentos,
para poder vivir sus últimos días sin dolor, se ríe al recordar su juventud,
sí, aún vivía y persistía la esperanza, esa pequeña voz de niña que deseaba
algo mejor, sí, comprensión y cariño. Sin entender, más allá del instinto, se
levantó con rapidez de la cama, ya nada importaba, solo esa brillante luz que
repentinamente se presentó frente a ella, «Siempre supe que existías mi señor»,
dijo en su pensamiento y se entregó.
Ese día tan triste y amargo para él, sí, su hijo, quizá el
único que la aceptó sin condiciones, no estará solo, ella vivirá en él, sus
palabras y su aroma, siempre estarán presentes, es su madre.
Te recordaré siempre, tu infancia al igual que la mía,
fueron lastimadas y alteradas, pero no todos logran salir de la oscuridad, pero
nunca dejaste de ser una bella persona. Por la confianza me dejaste conocer una
parte tuya, realmente eres muy hermosa mi querida amiga, aunque por tus miedos
te alejaste, pero sí te conocí, gracias, lamento que ellos, por quienes
luchaste no te hayan conocido, porque sí te abandonaron, como lo hicieron
cuando fuiste niña.
Juan M. Castro
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