Poder tener relaciones sexuales no significa ser capaz para
vivir en matrimonio, contar con el suficiente sustento tampoco significa ser
capaz para llevar un matrimonio, ya que no es el dinero ni el sexo, son dos
personas que lo hacen más trascendente, unidos, pero sin perder su
singularidad, no, jamás.
El matrimonio es para aquellos que se conocen a sí mismos,
que reconocen y dan seguimiento a sus palabras, sí, hasta el cumplimiento. El
matrimonio es para aquel que incondicionalmente sostiene a su pareja, no permitiendo
que se hunda en la oscuridad, no, nunca.
Con frecuencia lo veo con claridad, pero con gran inmediatez
los cuestionamientos me llevan al punto de la oscuridad, tan solo por mirar las
dos partes con imparcialidad, la vida del hombre y de la mujer. Verdades, sí, siempre
encuentro muchas en las mujeres, tales como la devoción a la familia, la
búsqueda y la tolerancia por mantener el equilibrio, quizá más que el hombre,
pero la memoria, plagada de experiencias no siempre la hace funcional, más allá
de lo que pudo ser por sus aptitudes.
El amor de ella y de él son generosos, pero cuando la
carencia de una formación, de un lenguaje básico están presentes, entonces
pienso que el amor no es suficiente, grandes convicciones que creen fortalecer
pueden ser tan solo simples prejuicios, obstáculos frente a lo que desean, es
triste ser tu propio destructor.
La mujer ha sufrido mucho la marginación en la historia,
creo que aún muchas están abandonadas, desposeídas en la actualidad, por lo
mismo, es un imperativo el rescatarlas, facilitarles los instrumentos para que tengan
en que sostenerse e iniciar sus procesos de crecimiento, medios para
encontrarse consigo mismas, otros casi las han destruido.
Al hombre, quizá mi reproche más fuerte es que ha venido
fortaleciendo en el tiempo un concepto erróneo de sí mismo, claro está,
pretendiendo poseer una superioridad sobre el resto de la naturaleza, incluyendo
sobre la mujer. La amada, pero contradictoriamente tratada con un lenguaje
despectivo, un objeto sexual privado, una empleada doméstica que hay que
premiar ocasionalmente, haciéndola sentir importante solo esos días.
Ambos, hombre y mujer, han venido desarrollando
personalidades contrarias, una relación viscosa de reproches, casi nunca con
claridad y objetividad, sin encontrar soluciones, donde tan solo la ventaja
cambia en destiempo, convirtiéndose en algo que bien se puede llamar venganza,
pero que se diluye en la vida diaria, resurgiendo como un juego mental cíclico,
haciendo la vida infeliz y sin sentido.
El divorcio quizá sea la solución para los dos, pero no para
ti, en la singularidad, en tu conciencia, en lo más profundo de tu interior hay
algo que no estás procesando bien, de no escucharlo, terminará también en
divorcio tu segunda aventura.
Mi querido amigo, el matrimonio, más allá de las
contrariedades propias de dos individuos con cerebro y con los mismos derechos,
es lo más bello, pero solo cuando existe la honestidad.
Yo no soy para el matrimonio, no depende de mí, la
naturaleza me ha negado esa oportunidad tan bella, pero desde la oscuridad de
mi palacio, discretamente entre las hermosas cortinas de seda, sin que me veas,
me siento feliz de verlos, sí, aún es posible, tomados de la mano, cómplices en
un mismo deseo, el amor.
Algunas cosas muy bellas son negadas por nacimiento, pero
pareciera que otras son dadas, sí, hay que aceptarlo y reconocerlo
públicamente, quizá radica en esto el balance. No todo, quizá nada merece un
juicio, porque se pierde entonces el equilibrio.
Juan M. Castro
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