Érase una vez una hermosa chica, pero marcada por un destino contrario en el que nunca confió y que jamás la determinó, pero sí le hizo invertir más tiempo de lo usual.
De pequeña llegó a pensar
que se llamaba “tonta”, cuando se acercaba buscando un poco de cariño, también la
llamaban “empalagosa”, «Tengo miedo, todo lo hago mal», se repetía
constantemente en su interior.
En sus primeras clases de
doctrina religiosa, cuando se preparaba para su primera comunión, el sacerdote
también la etiquetó llamándola “la pecadora”, quizá por sus constantes
cuestionamientos que nadie lograba responder.
Años después, entre luces y
oscuridades, en un momento radical, propio de su temperamento, se hizo monja,
pero al año la corrieron por haber acosado al sacerdote, nadie le creyó que él
había abusado de ella, aprovechándose de su ingenuidad y necesidad de cariño.
Ya que nada en su entorno
estaba funcionando, se fue lejos, tanto que tuvo que aprender una nueva lengua,
sufrió escasez y hambre, pero valió el esfuerzo, se encontró consigo misma.
«A veces la locura y la
pérdida del sentido se debe a que terminamos por creer lo que dicen los demás
de nosotros, se requiere un gran esfuerzo diario para romper, alejarte y empezar
de la nada».
En un tiempo les creí,
fueron los peores años de mi vida, parecía que ellos marcaban cada momento y el
futuro desaparecía, mi última lucha, sí, rescatar mi vida, lo único que me
quedaba era seguir a oscuras con los pocos anhelos que sobrevivían, pero ellos
me condujeron a la verdadera libertad.
La última lucha antes de
morir, el gran esfuerzo antes de perderlo todo, de terminar por olvidar quien
soy, tan solo por creerles.
Te quiero
Juan M. Castro
No hay comentarios.:
Publicar un comentario