En un largo tiempo lo creí, sin embargo no era así, todo es
completamente diferente. No hay vida para esperar, aún sin rumbo claro, pero
retomando la fuerza interna como una verdad, fue como el espíritu adquirió su
sentido, más allá del entendimiento que se duerme en el ciclo repetitivo del
comportamiento aprendido y seguido.
Las verdades están presentes, obedecen a los nombres, pero
no a la lógica que las interpreta, ya que están fuera de su naturaleza para ser
entendidas en su totalidad. Es un punto de reunión, no hay distinciones ni
títulos, donde todas las voces son relevantes.
En la tétrica vida materializada, donde lo esencial no tiene
la primacía, sí, el espíritu, entonces se desarticula la vida humana. Lo más
sublime, sí, el amor, es asociado a la necesidad, el vacío y la
soledad.
Oremos, pero ¿a quién oraremos? Se ha hecho de Dios un
talismán, se le ha interpretado bajo el terrible concepto del “condicionamiento”,
donde pareciese que la intervención divina depende de las pobres acciones
humanas. Un paraíso ganado por el hombre, pero manipulado y ofrecido por la
religión, a cambio de obediencia.
Mientras exista la mente religiosa, Dios seguirá siendo un
juego, la mejor justificación para que la tolerancia sea quebrantada y la paz
condicionada.
Mi generación vive con intensidad, pero distante de lo
esencial, el tiempo sigue corriendo, pasarán como otras generaciones,
terminando en el olvido.
La última lucha, el encuentro, donde la fuerza de la verdad
se antepone a la creencia.
Juan M. Castro
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