Dos conciencias, una social, donde todo puede ser triturado,
pero tristemente sin mayor efecto y trascendencia. ¿Quién es la otra
conciencia? Sí, ellos, los que dicen hablar en nombre del pueblo, aquellos que
simulan representar la pluralidad, la voz de las gentes, pero casi nunca sobre
sus propios beneficios.
Moldes, una forma cíclica de proceder y participar socialmente,
donde hasta el pensamiento es determinado para seguir, allí las conclusiones no
adquieren relevancia, tan solo un grito desesperado en el frustrante silencio.
El tiempo, el gran esperado para las resoluciones, pero el
más absurdo, donde es depositado el destino de cada persona, haciendo a un lado
la decisión claramente entendida. La conciencia no se reactiva en el tiempo,
tan solo de duerme en utopías que nunca adquirirán realidad.
El pensamiento es la mayor fuerza, que con la determinación
en su más claro entendimiento, se transforma en acción, un enorme empuje capaz
de contagiar a todos, llevar lo personal y social, al cambio radical.
Los
moldes establecidos y fielmente seguidos contradicen la naturaleza humana, al
genuino pensamiento que todo lo ve, pero que está dormido en la costumbre, en
una pobre y limitada actitud que se ha aceptado frente a la vida.
Eres lo que piensas, pero puedes lograr mucho más de lo que ellos
te permiten, las diferencias no existen, el determinismo es tu más grande
carga, aquello que tú has aceptado por comodidad y mecánica, fortaleciendo
formas contradictorias que violan tu naturaleza, tu interior.
La doble vertiente, pecado y santidad, es algo que habita en
el interior de todo hombre, pero que sucumbe en la ingenua y egoísta idea de
pretender ser por sí mismo, tan solo una parte, haciéndose funcional frente a
los demás, pero que en el silencio de la noche no puede evadir las dos caras de
una misma conciencia, tan igual, como el más mendigo frente a los ojos del
mundo.
Te quiero amigo, sí, te quiero.
Juan M. Castro
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