Cuando pienso en nosotros, en lo que inicialmente quise que
fuera, es cuando las lágrimas me consumen, un océano entre los dos, en la más
desgarradora cercanía. Tus besos eran verdaderos, tanto como tu inseguridad, cicatrices
del corazón, una infancia quebrantada, humillada por la escoria que no elegiste
que te rodeara, pero que se hizo constancia en ti.
Ya no hablabas de amor, tan solo me reprochabas, ¿dónde
estaba, yo? Me empujabas muy lejos, de donde ya no hay retorno. A cada momento
que intentaba entenderte, que permitía ver más allá de lo que me asustaba, era
peor, el dolor más profundo, me alejabas con mayor intensidad, fortaleciendo lo
que no quería, el convencimiento sobre nosotros, el odioso mar que nos separaba.
Hace mucho tiempo que nos conocimos, pero tan solo una década
que duermo solo. Camino descalzo por el suave piso de madera, siento el viento fresco
de la madrugada, mientras las cortinas blancas rozan con mi cuerpo al
levantarse, en esta profunda y solitaria quietud, que nunca quise, aún me sigo
preguntando, ¿por qué asesinaste lo nuestro?
El amor es bello y perfecto, pero no es suficiente, ya que a
veces se vive atado a otras costumbres que lo contradicen, «Éramos dos, no solo
tú mi amor, por eso camino solo esta noche, pero no será por más tiempo».
Juan M. Castro
No hay comentarios.:
Publicar un comentario