Los prejuicios, propios de las circunstancias culturales que
nos rodean siempre representan un obstáculo para acceder a la profundidad de una
verdad y a su adecuada definición; con frecuencia desarrollan un desapercibido,
pero letal letargo en el proceso de formación de una persona.
La búsqueda de la verdad es el reconocimiento de la
necesidad de los genuinos fundamentos para iniciar el proceso de libertad
personal, en conjunto será el final del oscurantismo social, el reencuentro con
la propia naturaleza humana, con el sentido y finalmente con la plenitud que es
Dios.
¿Por qué tememos a nuestra naturaleza y a sus propias inclinaciones?
En medio de la desnudez, la soledad y frente al espejo,
no debiéramos mentirnos, pero cuando el cáncer de los prejuicios está presente,
entonces podemos adquirir temporalmente cualquier máscara, pero jamás será la
nuestra, porque ni tan siquiera nos conocemos a nosotros mismos, porque estamos
ocupados intentando definir al mundo.
La única verdad que permanece es la que nace del
reconocimiento de la propia naturaleza asimilada, sí, del interior, una verdad
que se traduce en hechos.
Te quiero.
Juan M. Castro
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