Quieres hacer realidad en mí, tus propios miedos, una forma antigua
y eficaz, pero está perdiendo hoy su fuerza, ya no puedes utilizar mi debilidad
como tu mejor coartada, de donde partías para justificarte con tus mejores
palabras. La libertad para expresar lo que soy y lo que siento, es el fin de la
mordaza que me habías colocado, tu más grande temor, ya que mi conciencia ha
despertado, aquella que habías trabajado por tantos siglos para mantenerla
dormida, ahogada en la culpa de un concepto que solo tú definías.
Las murallas se han venido abajo, las flautas que entonan la
fuerza de la verdad, han descubierto de lo que eres capaz, de quien eres
realmente, un mortal intentando mantener una errónea idea de la institución y
de Dios, acomodado para el bienestar tuyo y de la siguiente generación que te
sucederá.
El llanto de los inocentes, de las madres desgarradas al ver
a sus hijos, tus víctimas, tendidas en la sangre de tus abusos, de tus
crímenes, ha llegado a lo más alto, ha logrado unir la conciencia humana. Nada
volverá a ser igual para ti, la barca no se hundirá, pero tu casta sí, tu santo
concepto ha sido refutado, es inminente el fin. ¿Acaso creías que la injusticia
no tiene eco?
Fuimos lo que tu querías, creyendo que era Dios quien lo
quería, hoy somos una fuerza que ha tomado el control, tan solo para darle paso
a la libertad, simplemente por ser yo,
por ser ella, dejando la tradicional culpa atrás.
Niño, hoy pienso en ti, en tu dolor; madre, hoy pienso en
ti, en tu hijo, en el silencio de ellos, en lo que han hecho de nuestras
familias, conceptos, palabras que han estado por encima de la realidad, dando
paso a la cultura de la simulación, donde hasta Satanás es un santo.
Te recuerdo.
Juan M. Castro
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