Cuando llega ese último y abrumador segundo, la vida deja de asociarse
al tiempo, entonces la realidad se transforma, algo diferente de como las generaciones
lo han venido concibiendo, teniendo un efecto dramático en la propia
conciencia, entre lo que se creyó que era y lo que es.
La división entre un desconcertante
conocimiento del pasado frente a un inicio marcado por la radicalidad, el
sentido y la fuerza de un naturaleza espiritual.
Tristemente para algunos ya no existirá la opción, pero el interior será
el último en seguir creyendo, allí donde radica el más terrible conocimiento,
el eterno sufrimiento ausente de esperanza.
«¿Dónde estoy? Despertar de aquel terrible sueño fue lo mejor que sucedió,
¿acaso el miedo podrá hacerme abrazar la rectitud? ¿Por cuánto tiempo será? Viviré
con temor día a día, una lucha entre las más bellas convicciones y las
costumbres que he hecho realidad en mi vida, tan intensas que de no tener
conciencia de ellas y de su influencia sería
ingenuo creer en un cambio», pensé en mi interior.
Esa noche fue difícil dormir, me levanté y salí a caminar al jardín,
hacía mucho frío, pero más insoportable fue la extraña ansiedad que consumió mi
tranquilidad. Algo sucedió que lo alteró todo, un invasor estaba entre los
oscuros arbustos de mi casa, el reconocimiento inmediato de su presencia despertó
un intenso terror que no me permitió figurar nada, era la maldad misma capaz de
destruirme, pero no estaba allí por mí, tan solo había sido una coincidencia.
No estaba solo, una víctima que le pertenecía lo acompañaba y era
torturada por él, pude verle el rostro y sentir su desesperación, ya no
brillaba la luz en los ojos, en mi interior lo cuestioné, «¿Cómo llegaste a entregarte
a ese monstruo?».
Sabiendo leer el pensamiento respondió a mi mente, sin conocer sus
intenciones le permití continuar susurrando en el secreto de mi interior, me
protegía de él mismo y me hacía partícipe de su sufrimiento, donde no existe el
final, quizá el saberlo juntos fue intentar saciar su constante intranquilidad
en la desoladora eternidad, un insignificante instante en mi tiempo.
Me
dijo,
1
«Lo
busqué en la oscuridad, pero no lo encontré, la curiosidad me hizo desnudarme
frente a la luna llena y seguir los antiguos rituales, pero no hubo señal
alguna de tu interés, mis sacrificios hasta derramar sangre no fueron
suficientes.
2
Sabes mejor que nadie como quebrantar la vida misma, lo has hecho con la
mía, por eso actúas con astucia y discreción con quienes no te conocen, pero
sabes que tu ventaja no cambiará lo que ya se decidió sobre nosotros, quizá
allí radique tu intensidad capaz de destruirlo todo si de ti dependiera, pero
ahora tu suerte es la mía.
3
Muchos han querido penetrar en lo que han llamado, “Tu sabiduría”, pero al
final tan solo hemos encontrado un triste conocimiento, una realidad sin
libertad que conserva algo de lo que fue tu naturaleza, pero ahora ausente de compasión.
4
¿Qué se puede esperar de ti? Lo que has hecho no es admirable, tan solo
eres la ausencia de tu esencia misma, la versión contraria y traicionera a la
voluntad perfecta, un pacto de amor quebrantado por tu desconocimiento a la
providencia a quien perteneciste y quien te lo había dado todo, como me dio la
vida a mí.
5
En el hombre reproduces una melancolía confusa, la armonía deseada
frente a las necesidades instintivas más destructoras, haciéndole creer en una
imagen propia, pero que tan solo es una pobre versión de tu realidad.
6
Aún en medio de la confusión humana por encontrar el sentido de la vida,
existe una esperanza para quienes continúan abrazando la espiritualidad y el conocimiento
con todos sus fundamentos lógicos, la unidad perfecta con su creador, donde el
reconocimiento que tú y yo negamos es la fuerza del amor que todo lo hace
posible, a tal punto que el creador se hizo también creatura por amor», concluyó, respiró profundo y miró a su verdugo a los ojos, pero no se
liberó del sufrimiento, ya era muy tarde el reconocimiento de su fe, ahora le
pertenecía a él.
Juan M. Castro
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