Los años habían pasado, el tiempo se dejaba ver en el cuerpo
y en su rostro, a veces, un tanto por ello, los sentimientos la traicionaban,
experimentando extrañas melancolías, «Líbrame de esto que siento», decía mientras
se miraba al espejo. Escondido y justificado, pero de vez en cuando sí lo liberó,
ese fue su respirar, el mantener esa voz viva, aquella que siempre le habló del
cambio que tanto demoró, hasta el día de ayer.
Como la nieve en otoño, así se fue su vida, recordarlo hoy,
tan solo provocó en ella una sonrisa, el último día, «Ya no eres mi niña, no, te
he rescatado, sí, lo he logrado», se repetía. Se levantó, alzó los brazos al
cielo, esta vez fue diferente, el calor la inundó, las intensas lágrimas, sin
poder pararlas, salían, mojando todo su rostro.
Su pensamiento se expandió, la comprensión y la tolerancia
en su plenitud, se quedaron para siempre con ella, pero su cuerpo no, quedó
tendido en el suelo, lo había abandonado.
Hoy pienso en ti, en mí y en ellos, todos en la misma línea,
sí, en la brevedad del tiempo, en la importancia del sentido, algo más, más de
lo que haces día a día.
Te quiero.
Juan M. Castro