martes, 16 de julio de 2013

Evelin




Evelin
Capítulo I 

-Lo siento mucho, lamento tener que decir que ya no te quiero –le dijo él. 

Ella se quedó congelada, si bien, sabía que las cosas no andaban bien, pero de allí a romper la relación, no era precisamente lo que estaba esperando, aún creía que se podía hacer algo al respecto. 

-¿Por qué me haces esto? –Le reprochó sintiendo gran ira. 

-Las cosas entre nosotros ya no estaban bien, nunca lo han estado, lo sabemos –le respondió, como si lo tuviera decidido desde los inicios de la relación. 

Un enorme calor invadió el cuerpo de ella, a pesar de su capacidad de mantener la serenidad y de ser racional, pero en ese momento no lo podía ser ni figurarlo. No solo quien hasta ese momento había sido su compañero le estaba dando la espalda, lo sabía, le quitaría toda la ayuda económica, lo conocía muy bien, quizá hasta los costosos regalos. 

-Pero, olvídalo –dijo ella mirándolo incomprensivamente a los ojos. 

-Me he cansado, lo siento, por favor, toma los días que necesites, pero no tardes mucho en empacar tus cosas –en un tono muy humillante le dijo-. Es difícil para mí también, pero esto ya no tiene sentido, estoy cansado, muy cansado de lo mismo. 

Sabía ella del cansancio de él, de lidiar con las inseguridades que ella no podía manejar, pero sabía también que era codependiente, nunca hacía lo que decía, su vida tampoco era tan perfecta. Habían tenido momentos muy difíciles, pero terminaban dejando todo a un lado y continuaban.  «Sé que no puedes vivir solo, si ya me quieres sacar de tu vida, es porque seguramente ya encontraste en quien refugiarte. Está bien si así lo quieres, pero esta vez pensaré en mí solamente, solo en mí sin considerarte más, sin darte más oportunidades, porque me buscarás cuando te canses de ella, sí, lo sé», pensaba en su interior mientras lo miraba. 

Caminó hacia la entrada de la casa, tomó las llaves del carro y lo miró rudamente, le habló con sarcasmo.
-Me prestas tu carro papi –Hizo ruido moviendo las llaves para capturar su atención. 

-Por favor, no tomes esa actitud, te lo dije, te vas a los extremos, claro, sabes que sí. 

Intentaba ser agradable, pero su media sonrisa lo delataba, muchas cosas corrían por su mente, sus propias indecisiones lo traicionaban, «Quizá no deba de apartarme de ella», dijo en su interior sin exteriorizarlo. Ella se fue cerrando la puerta con gran fuerza, tanta que todo cimbró en la casa. 

A gran velocidad conducía, el temor se apoderaba de ella, ya no quería luchar por lo que consideraba una tortura en el tiempo, una relación enfermiza en la espiral de la constancia. Si bien, tenía sus proyectos en el diseño de interiores, pero aún no producía suficiente dinero como para vivir de eso. Sin tenerlo claro, algo imposible cuando se confía y se vuelve a hacer, aunque contradiga el mismo interior, se dirige al lugar menos pensado, sabía que era muy peligroso, pero quería mantenerse firme de no regresar con él. Tan solo tenía una opción, buscar  a quien en un tiempo se obsesionó con ella, quizá de las forma más enfermiza, pero con todos los beneficios que una mujer podría anhelar, de los cuales se había cansado, allí estaba de nuevo, como si nada hubiera cambiado con el tiempo.

Se escuchó cuando cerró la puerta del lamborghini amarillo, de por sí es demasiado llamativo como para ignorarlo, pero no más que ella, con un estilo único hace lucir sus moldeadas piernas con las sofisticadas plataformas de Prada, que tan perfectamente luce al caminar hacia la entrada principal de la constructora más importante de la ciudad. 

-¿Quién es esa?  -preguntó despectivamente una de las secretarias. 

-No lo sé, pero es realmente sangrona, mira como se mueve  -le dijo la compañera mientras observaba cada detalle. 

En una perfecta armonía, sus caderas entalladas en el vestido rosa fiusha, ponía a cualquier mujer en desventaja, un atrevido movimiento propio de la seguridad y la elegancia. Hace a un lado  su enorme y brillante cabellera negra para saludarlo, sí, ya la estaba esperando, no podía creer que regresaba por su propia voluntad, aunque se imaginaba el motivo, conocía mejor que nadie lo que ella necesitaba. Sus penetrantes ojos negros y su sonrisa como si dudara haberse presentado, propio de una mujer que conocía su vida, pero que aún no renunciaba a sus temores, miedos que la ataban a ellos. 

Continuará…
Juan M. Castro

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